EL NACIMIENTO DE HAL
Con frecuencia se ha achacado a la película 2001 la falta de interés humano y la carencia de personajes reales —con la excepción de HAL—. Al saltar directamente desde el Pleistoceno al espacio, Stanley Kubrick eludió todos los problemas anexos al desarrollo del trasfondo de los astronautas, del impacto político y cultural producido por el descubrimiento del monolito, así como los detalles generales de la vida al comienzo del próximo siglo. Podríamos haber escrito un libro completo acerca de ello; de hecho, lo hicimos…
Y cuando lo hicimos, nos dimos cuenta de que era irrelevante en lo que hace al tema principal de la película. Haber desarrollado todo este material de ambientación hubiera significado —aparte de añadir un par de horas al tiempo de rodaje y varios millones al coste— apartar del foco a toda la historia. Es por ello que la novela contiene solamente unas cuantas páginas ambientadas en la Tierra en el año 2001, mientras que la película ignora por completo el asunto, y salta directamente al espacio.
Uno de los problemas a los que se enfrenta cualquier escritor de ciencia ficción que se dirija al gran público es el de cuánto debe explicar y cuánto dar por supuesto. Debe intentar que sus lectores no queden desconcertados, pero al mismo tiempo tiene que evitar esas lecciones camufladas que son demasiado típicas del género («Y ahora dígame, profesor…»). En una ocasión, Stanley tuvo la esperanza de evitar este problema —en lo que a la película se refiere— comenzando con un corto preludio de tipo documental, en el cual científicos y filósofos de renombre hubieran aportado la credibilidad a nuestra composición. Con esta idea en mente, envió a Roger Caras alrededor del mundo para entrevistar, en película, a más de veinte autoridades en el espacio, los ordenadores, la antropología, e incluso la religión. La lista incluía a los astrónomos Harlow Shapley, Sir Bernard Novell, Fred Whipple, Frank Drake, a la doctora Margaret Mead (una criatura del espacio mucho antes que el Sputnik) y al gran científico ruso A. I. Oparin, el primero en indicar (en la década de 1920) un modo plausible mediante el cual podía haber surgido la vida a partir de elementos químicos simples de la Tierra primitiva.
Tales entrevistas, fascinantes muchas de ellas, nunca se utilizaron, hecho que indudablemente contrarió a algunos de las distinguidas y ocupadas personas involucradas (en el libro de Jerry Agel, The Making of Kubrick’s 2001, se pueden hallar trascripciones de algunas de las entrevistas). Pero como se pudo vislumbrar, haberlas incorporado a la película hubiera sido estéticamente imposible; se demostró asimismo que era innecesario. No teníamos que educar al público, ya que la carrera apresurada de acontecimientos astronáuticos lo hizo por nosotros.
Mientras la película se hallaba en producción tuvo lugar el primer encuentro espacial entre los Géminis VI y VII. El Luna IX descendió en el Océano de las Tormentas y nos proporcionó las primeras vistas cercanas de la superficie lunar desde una distancia de unas pocas pulgadas (demasiado tarde para ayudar al departamento artístico, puesto que todas nuestras escenas lunares ya habían sido realizadas, pero por suerte nuestras instruidas suposiciones habían estado muy cerca de la realidad). Lo más asombroso e inesperado de todo, el descubrimiento de las en apariencia primeras radioemisiones artificiales del espacio exterior fueron anunciadas justo un mes antes de la presentación de la película (abril 1968). Ahora creemos que los así llamados ‘pulsares’ son objetos naturales (estrellas de neutrones), pero fue interesante comprobar lo presto que el público y los científicos estuvieron dispuestos a considerar seriamente la hipótesis de los ‘hombrecillos verdes’ (Little Green Men).
Y al final de ese mismo año, Apolo 8 dio la vuelta alrededor de la Luna, y la mitad de la raza humana escuchó ese inolvidable mensaje navideño desde otro mundo. De modo que fue lo más apropiado, por lo tanto, que Stanley lanzara a sus espectadores directamente al espacio, sin perder tiempo en preliminares. Un enfoque precavido en atención al hombre de la calle hubiera resultado obsoleto enseguida.
Personalmente, sin embargo, siento haber perdido muchas de las secuencias terrestres, que establecían la ambientación para la expedición a Júpiter (o a Saturno, como decidimos más tarde en la versión novelada). Incluían diversos detalles de, así lo espero, exposición liviana, tales como la tentativa en el capítulo titulado ‘Universo’ de describir una película que mostrara la escala del cosmos. Desde entonces he visto dos películas (una de Charles Eames)[*] realizadas siguiendo precisamente esas directrices.
La sección que sigue revela la temprana evolución de HAL (o Sócrates, o Atenea, como él o ella se denominó en las primeras versiones). Se verá que en el curso del desarrollo del guión, HAL perdió movilidad pero ganó inmensamente en inteligencia.
Y ya que toco este asunto, quisiera demoler un enojoso y persistente rumor, que comenzó poco después de que la película saliera a los cines. Como se afirma claramente en la novela (capítulo 16), HAL significa Heuristically programmed ALgorithmic computer (ordenador algorítmico programado de modo heurístico). (No, no voy a explicar eso, sino decir tan sólo que comprende lo mejor de ambos mundos del diseño de ordenadores). No obstante, casi una vez a la semana algún personaje reconoce el hecho de que HAL está formado por las letras que preceden a las de la sigla IBM, y enseguida supone que Stanley y yo intentábamos un guiño arriesgado en relación con dicha estimable institución.
Como así había sido, IBM nos había proporcionado mucha ayuda, de forma que quedamos completamente embarazados por este detalle, y hubiéramos cambiado el nombre de haber advertido la coincidencia. Pues se trata de una coincidencia, incluso si la probabilidad complementaria es de veintiséis al cubo, o 17 576 a 1 (comprobado por HAL Junior, el bello calculador 9100A que mis amigos de Hewlett-Packard me obsequiaron con ocasión de la Navidad de 1969.)
Los siguientes siete capítulos contienen solamente parte del material relativo a la Tierra que desarrollamos Stanley y yo; he omitido miles de palabras de descripción y de caracterización que no tienen ya interés. (No queda registro de que yo haya respondido nunca la pregunta de Stanley: «¿Duermen con pijamas?»).
El resto, sin embargo, todavía es relevante, y lo será por mucho tiempo en el futuro, hasta que tenga lugar el primer encuentro con alienígenas.
Se observará que en esta primera versión decidimos no mantener en secreto el propósito de la misión; en realidad, dudé mucho acerca de esa posibilidad, dada la duración del tiempo supuesta en la película. Y al volver a leer después de todos estos años el último capítulo, “Medianoche, Washington”, me he acordado de repente de que precisamente cuatro años después de haber escrito esas palabras, recibí una invitación a una cena en la Casa Blanca en honor de los primeros hombres que volarían alrededor de la Luna, esa próxima Navidad. Pero yo me encontraba ya camino de Ceilán, y así me perdí la oportunidad de haber deseado buena suerte a Borman, Anders y Lovell.
Nunca he perdonado del todo a Bill Anders por resistir la tentación, que después admitió que había pasado por su mente, de radiar a la Tierra el descubrimiento de un monolito grande y negro en el lado oculto de la Luna…
1 comentario:
Hal: uno de los personajes cinematográficos que más me aterrorizó, y seguramente uno de los más copiados en el cine desde 1968. Y cada copia sólo hacía resaltar el original.
"2001..." sigue siendo un film único en su género, una muestra de perfecciones,
más destacable aún si se considera la escasez de medios técnicos con los que contaba el cine de la época para lograr los luego llamados "efectos especiales".
Cine de ciencia-ficción y cine de ideas. Arte avasallante.
¡Y qué alineación de astros en ese momento: Kubrick, Clarke y la N.A.S.A.!
Gracias, Pneuma.
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