Visite también......

lunes, 31 de marzo de 2008

Adiós a un rey del tablero

Bobby Fischer murió el pasado 17 de enero, y desde entonces tenía pendiente dedicar algunas palabras a glosar su paso brillante y fugaz por el mundo del ajedrez. No quiero que termine este mes de marzo sin dedicarle un recuerdo.

Aunque la definición de genio se intuye vaga, pocos dudan de que ese apelativo se aplica bien a Robert (Bobby) Fischer, una de las figuras más deslumbrantes de la historia del ajedrez. Robert James Fischer, de nacionalidad islandesa, había nacido en Chicago en 1943. Cuando contaba dos años de edad sus padres se separaron, y cuatro años más tarde su madre se trasladó con él y su hermana —algo mayor que el niño— a Brooklyn, Nueva York, forja de muchos grandes ajedrecistas estadounidenses. A los seis años empezó a jugar, al comienzo casi únicamente consigo mismo. Más tarde su madre lo apuntó en el Brooklyn Chess Club. A los trece años se hizo miembro del Manhattan Chess Club, y a los quince años obtuvo el título de Gran Maestro.

A veces se oye decir que el cerebro de un genio alberga casi siempre un gramo de locura; es forzoso convenir en que algo hay de ello en el caso de Fischer. Tremendamente obsesivo, dedicó al ajedrez casi todo su tiempo. Desde muy pronto dio muestras de un carácter irritable y paranoico. Pero fueron precisamente sus exigencias en cuanto a la normativa de los campeonatos internacionales y en lo que se refiere a la cuantía de los premios las que dignificaron el juego, a la vez que las polémicas que rodearon sus intervenciones contribuyeron en gran manera a popularizarlo universalmente.

Tras toda una serie de peripecias y de un récord histórico de diecinueve victorias consecutivas, en 1972 Fischer disputó al ruso Boris Spassky el campeonato mundial de ajedrez en Reykiavik, Islandia. Este encuentro cobró una trascendencia que rebasó con mucho los habituales límites del mero deporte, pues se convirtió en un símbolo más de la guerra fría. Baste decir que para vencer las reticencias de Fischer hizo falta la aportación pecuniaria (125 mil dólares) por parte de un mecenas británico, Jim Slater, así como la intervención del propio Henry Kissinger, a la sazón secretario de Estado de dicho país. Con un inicio que hacía presagiar lo peor para Fischer (perdió las primeras partidas al ausentarse tras advertir una cámara oculta), nuestro hombre se impuso finalmente al cabo de 21 partidas, con 7 ganadas, 11 tablas y 3 perdidas. Hasta la fecha es el único estadounidense coronado campeón mundial de ajedrez. En 1975 las exigencias de Fischer resultaron ya insoportables para la FIDE. y la corona pasó al aspirante Anatoly Karpov.

Desde entonces Fischer se retiró de las competiciones, hasta que aceptó acudir a Belgrado para un nuevo encuentro con Spassky, organizado para celebrar que se cumplían veinte años desde su famoso duelo por el título mundial. Fischer volvió a derrotar a Spassky, pero la cita lo convirtió en “traidor a la patria” (sic), pues los EEUU tenían a la ex-Yugoslavia bajo bloqueo a causa del conflicto de los Balcanes. Después de doce años sin que se conociera bien su paradero fue apresado en Tokio en virtud de la orden de busca y captura emitida por los Estados Unidos en 1972 en vigencia todavía.

Islandia, que no había olvidado que muchos conocen que ese país existe en los mapas gracias a Fischer, acudió en su rescate y consiguió sacarlo de la cárcel de Japón, concediéndole asilo y poco después la ciudadanía. Allí vivió casi en la penuria (sus cuentas estaban bloqueadas) junto a su pareja Miyoto Watai, que había sido presidenta de la Asociación Japonesa de Ajedrez. Ingresado en varias ocasiones por presentar serios síntomas de paranoia, Fischer falleció tras una enfermedad no bien aclarada el pasado día 17 de enero; tenía al morir tantos años como casillas tiene el tablero de ajedrez. Los Estados Unidos de Norteamérica no supieron reconocer su deuda con quien, al romper la hegemonía rusa en el ajedrez, otorgó a su país un motivo de orgullo en un momento delicado de la guerra fría. Un ejemplo más de miopía política.


No hay comentarios: